martes, 1 de septiembre de 2009

Entonces fui plenamente consciente.
Algo acababa de morir. Lo sentía.
A esa sensación de desasosiego le sucedió una especie de calma absoluta. Como si todos los temores hubiesen terminado al fin. Se habían convertido en pequeñas partículas acuosas, y ahora formaban un océano infinito en mi cabeza.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh, pobre agosto. Aunque a mí no me da realmente mucha pena, siento decirlo.

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